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agosto 03, 2012

POEMAS DE BEATRIZ VIGNOLI





LUISA

Tarde el nombre; no llega.
En las horas vendrá.
En las cucharas.
En la madre, en lo hija de su madre,
se le demora todavía la palabra.

Cree la madre que el nombre vendrá
como la lluvia, la muerte, la sangre.
Pero el nombre no viene.
El nombre no nace.
Vivita y sin nombre ella está ahí,
aún desanudada del lenguaje.

Piensa la hija: -No te escribiré.
Seré yo el pecho mudo, el pecho frío;
seré el pecho glacial.



ECLIPSE

En el horno de leña y de ladrillos
el cóncavo disco de hierro donde se asa
la carne y los panes se tuestan
parece, en su trípode, una de aquellas cosas
antiguas frente a las que tanto
te gustaba fumar.

Tu amigo me cuenta: vas a las cuatro plazas
por una vereda, por la otra
vereda vas volviendo como el loco a su casa.
Tu amigo me cuenta: en todos estos años
no pronunciaste más una palabra.

Cruza las piernas: noto que sus botas
son del mismo estilo que ya era viejo entonces.
La lleva, sin embargo, con gracia
pero su silencio es un reproche.

Oscuro contra el fuego, el perfil del disco
parece rebanado de un eclipse total.



SURF

Te has sentado en la esquina
donde alguien puso mesas,
sillas de plástico.

Necesitabas ver toda esta luz.
Hubieras sido un pintor impresionista
de nacer en otro siglo, en otra clase.

Te gusta mirar a los skaters,
esos surfistas de tierra que pasan con luz verde
y logran que parezca un océano el asfalto.

Estás solo. Desde que viniste de allá, andás solo.
Vas por fuera del mundo como un ángel,
vos, que mataste.



AUGUSTA

Redonda estaba ella en su cuna blanca,
una luna apagada, toda olvido;
seres habían amado ese equilibrio
que ahora su muerte brindaba.
Como si forrados en blindex estuvieran
atardeceres, ellos esperaban
lo suyo: el paraíso.
Que le tocó primero por una lotería
de voluntad de Dios y malapraxis;
fue su martirio una prolijidad
y un alimento. Bienaventurada
en su final sin principio.



VITRAUX

Resplandece el azul en su contorno oscuro:
el ramaje invernal del fresno abraza
los últimos cristales.



COOL LIGHT

Un farol redondo de luz fría
se ilumina a sí mismo;
no alumbra nada fuera de su esfera.

Ha quedado vacía
la noche alrededor.



DAFNE

a Hugo Padeletti

Ser verde en el invierno,
ser brisa y ser azul,
deprisa:
que padre río me transforme en árbol.

Debo espejar lo eterno en el instante
del brillo,
ser la cava del grillo:
que padre río me transforme en árbol.

Entre las hojas el trueno al sol murmura;
yo huyo en la espesura.

No quiero ser la cosa
que un dios rapta y destroza
y durar como resto:
dadme al pesto.

Que padre río me transforme en árbol.

Sólo existir apenas,
floral, obscena sombra de la gloria
en una vana frente. No la afrenta
de Apolo.

Prefiero vegetar, vegetalmente.
Que sea sueño toda mi memoria.



DICIEMBRE 19, 2001

Había visto de chico
en el cine, en un documental
un lobo marino gris
arponeado: la elipse de sus fauces
abiertas sin sonido,
la sangre en el hielo.

“Mujer herida” decía la voz. En angarillas,
algo viviente palpitaba, inmenso
en torno al mínimo círculo de sangre
instalado en lo gris. Lo gris era su remera.
Tendida en la camioneta, la mujer
había devenido cetáceo
asaeteado. Y gemía bajo el sol.



DICIEMBRE 31, 2001

Y la vida era esto:

salir a la vereda el treinta y uno
a las doce, ver cómo un vecino
enciende una bengala.

El brazo en alto, inmerso en la luz ígnea.
Un silencio rosado y expectante,
un fuego inmóvil el mundo.

¿Celebra? ¿Pide ayuda? Nada pasa.
Nada llega. Todo al final se apaga.
Pero aquel brazo en alto, aquella duda.

Aquella intensidad.



EL ACERO DE GLASGOW

Con todo le tiramos y esto sigue viniendo.
Es soltar este fierro o volarse la cabeza
pero ni una bala hemos dejado.
Imposible se ha vuelto mi disparo y en esta disparidad
desaparezco:
no hay forma en este fin,
ni la del mar. Habrá un lugar vacío
donde yo esté.



P.D.

Hay una carta tuya al final de la playa
por donde un regimiento de pequeñas tortugas
recién nacidas, con cáscaras blandas como uñas
avanzaría bajo un fuego de gaviotas.

Hay una carta tuya en el umbral de mi puerta,
una palabra buena...¿verdadera?
¿Ir a buscarla? ¿De nuevo verse ser
en otro, y que el ser pueda arrancársele?

¿Pasar de nuevo por donde la vida
adhirió sin fisura al frágil mundo?
¿Cruzar corriendo el cráter? ¿Y qué carga
dejará sin estallar el corazón?


(de "Bengala", Editorial Bajo la luna, Bs. As, 2009.)



PARÍS, TEXAS

El padre mira
su reflejo en el vidrio:
toda la luz que cae
fuera de su sombra
no es su imagen,
no es su hijo,
no es la sombra del pelo de su hijo
que está detrás del vidrio
jugando a que no existe:
–Mirá, papá,
no existo! y si viajara
más rápido que la velocidad de la luz
tu mirada no me alcanzaría nunca
y yo sería
entonces
como una estrella que está fuera del espacio
–dice
el hijo–
como una estrella que está fuera del espacio.



HE REÍDO CON LOS MUERTOS DEL VERANO

He reído con los muertos del verano,
muertos jóvenes cuyo silencio indestructible
es un jazmín de hierro en el centro de la nada;

no hay ausencia como la de sus cabellos
invisibles luego de desparramarse, por vez última
hasta el amanecer como una quieta llamarada;

y lo que en ellos aún reclame una palabra
desollará su puño contra la puerta de la noche,
seguirá golpeando mientras haya memoria.



(de Revista Fénix poesía – crítica, Nº 24, abril 2009, Ediciones Del Copista, Córdoba, octubre de 2009.)




ESENIN EN LA VENTANA

Los tiernos se suicidan en invierno
y nada de primavera los sucede.
Han padecido el verano, el amor calamitoso
/ de los otros

y el otoño prometía ser siempre así.

Los tiernos tienen alma en vez de piel
y prefieren, aunque sea lo último que hagan,
abrigarse en su sangre,
en su sangre toda como en un manto púrpura.

Al calor de la propia muerte mueren
cayendo en ella como frutos, como gatos
que nacen.
No les pertenecerá ese frío terrible.
Traicionados por la tibieza del otoño
se suicidan los tiernos.
Hechos nieve los hallará la primavera,
que por ellos venía.



LA CANCIÓN DE FRANZ BIBERKOPF

Mi alegría de amar es mi miedo a matar;
no es soledad, es vértigo.

Crucificado en la verdad por mi palabra
de varón alemán, todo he perdido
menos saber. ¡Ay, qué lejos estoy
de mi alegría!

Una mentira, pronto, que me salve:
palabras como cuchillos que se van
por donde no debieran, date así
a mi mordisco, manzana del Edén,

Berlín;
ámame, mundo.



DUNCAN

¡Amable público! Yo tampoco dormía.
Yo miraba la faz sin rostro de la muerte
en los ojos del varón que más amé.
Él me mataba: hacía de mí, del rey,
budín de carne, merca de peniques.
Lesas humanidad e investidura,
chancho en el matadero,
me fui bajo el cuchillo indiferente.
Desee Zeus que nunca se vaya de mi sangre
su nombre; ni mi sangre de sus manos.
Vengada qude, si no su traición
al menos esta vergüenza.



IFIGENIA

Padre: la suerte de tus armas
no dependía de mi muerte.
Nada une a la cordera con tu enemigo.
Nada unge al metal.
No hay magia en las estrellas
y la sangre, diversa
jamás entrará en la letra:
nada unge al metal, el fuego
no tiene nombre. Mis heridas
no serán un eco de las tuyas
más que a través de aguas imposibles.


(de "Soliloquios", Ed. Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2007)





LA GUERRA DE LOS TONTOS

Dinamitamos antes de cruzarlo
el puente, el bello puente
que habíamos construido.

El puente sobre el río del olvido era.

Ahora, moriremos olvidados.
Muramos ya, y de esto.



MENAGERIE
                                                                                               Tigre, tigre
                                                                                             William Blake
                                                                                           
                                                                                               Escolopendra, escolopendra
                                                                                               Aimé Cesaire

                                                                                               Iguana, iguana
                                                                                               Arnaldo Calveyra
¿Por qué, colegas míos
me ofendéis?
Ved: el tigre de Blake
no va y destroza al cisne de Darío,
lo cual, de suceder
al gato de Baudelaire le importaría
un bledo y la mitad.
Ni las escolopendras de Césaire
lo sacan de su tedio.
Y eso que bien podría, el tigre de Blake
demandar a la iguana de Calveyra
por propalar sus ecos; sin embargo
coexisten.
Y el gato, el bello gato
hubiera luchado en Cheshire, embistiendo
las diabólicas fintas
de una sonrisa por demás de inverosímil
y sin embargo se quedó en su casa
en París
en vez de polemizar con el mono de Darwin
sobre la contradicción entre progreso
y decadencia: silencio —ese sí—
lamentable.



LA CAÍDA

Si te dicen que caí
es que caí.
Verticalmente.
Y con horizontales resultados.
Soy, del ángulo recto
solamente los lados.
Ignoro el arte monumental del sesgo,
esa torsión ornamental del héroe
que hace que su caer se luzca como un salto.
Ese rizo del mártir que, ascendiendo
se sale de la víctima
y su propio tormento sobrevuela
no es mi especialidad. Yo, cuando caigo,
caigo.
No hay parábola
ni aire, ni fuerza de sustentación.
Un resbalón: espero. Al suelo llego
por la ruta más breve.
Un alud, una piedra,
una viga a la que han dinamitado.
No hay astucias del cuerpo en mi descenso.
Se sobrevive: el fondo
del abismo es más blando
para quien no vuela, sólo cae.
Si te dicen que caí,
no vengas
a enseñarme aerodinámica revisionista.
No me cuentes de los que cayeron venciendo.
No vengas a decirme
que no crees que haya sido un accidente.
En lo único que creo es en el accidente.
Lo único que sabe hacer el universo
es derrumbarse sin ningún motivo,
es desmoronarse porque sí.



FUNCIÓN DE LA LÍRICA

Mi padre agonizaba
en un sanatorio con TV por cable.
Puse el canal de ópera
para amortiguar sus alaridos constantes.
Justo cuando Rigoletto abraza el cadáver
de su hija, debí tenerlo al viejo
para que no se cayera de la cama:
la doble simetría de la escena
me la volvió soportable.



PLAZA HOUSSAY

La vieja estaba quieta entre dos cajas.
El sol doraba su vestido rosa.
Indiferente al vuelo de una mosca
ella no parecía ni siquiera dormir.

El policía, inmóvil, a unos metros
esperaba otra cosa. Acostumbrado,
no se extrañaba ya
de tanto silencio.



PLAZA GARDEL
a Silvana Sayago

Los pinos de la plaza Gardel
tenían formas necesarias como tigres.

Ahí el futuro estaba; refulge todavía.
Atmósfera seríamos, una conciencia suave,
apenas la mirada del ser sobre las cosas.

Eso, volvernos indios.
El amor no alcanzó.



EL PINCEL

a Pat Roldán

Cada cara nueva que me encuentro
viene escrita en un idioma extranjero
que no sé si aprender.
Los rostros que no soy. Millones
de nombres donde no he sido: la otredad
es ausencia de mí. Y no hay más amor
humano que mirarlos
pasar, mientras aguardo
que el tiempo se termine.



EL PEZ

De nuevo aquí este extraño.
El antebrazo tiende a parecerse
a la arena; y así de insensible.
Camuflado como un róbalo, el cuerpo
envejece. Cuesta, bajo este sol, sostener
la falacia monista: ¿yo he nadado?
¿He sido yo quien fluía,
el maderamen vivo en flotación
y el huésped del cerebro en su cripta?
Mi osamenta se mueve por el agua, leva anclas
el nervio, sale bogando la cosa.
Mis materiales quisieran
desasírseme del pensamiento.
Tanto he batido el parche del tiempo
con palabras; ¿me es, todavía,
este esqueleto? ¿Diré, de él,
"yo"?



EL PINO

Apagué los motores
y anduve a la deriva
¿cuántos años anduve
a la deriva, el motor apagado, ni
impulso ni gobierno, sin dirección?

Me recuerdo leyendo neones
a la vera de avenidas
desiertas. ¿Cómo pudo
nevarme encima todo este cansancio?
¿Cómo pudo acumularse, quedar ahí toda la vida?

Sacudo la cabeza como un pino. La nieve
no se va.



DEMORA DEL EFECTO

El mar apuesta olas
en la playa vacía.
Yo fui la amable máquina
que hizo un mundo del día.
Voy a esperar un coche
que se lleve mi cuerpo.
Voy a soltar las llaves.
Contemplo a la extranjera
sentada en el espejo:
ella ya no se acuerda
de dónde es su camisa
y nadie más lo sabe.
No sé cómo ha existido.
Se ha quemado parejo
como un buen cigarrillo.
Yo conozco su cara:
extrañamente, es mía.
Habito esta señora de ojos tristes
y no me imaginaba terminando así.



SEÑORA ROBINSON

Escribo,
escribo a máquina:
cada letra es un disparo en la noche.



LENORE

Tras la cresta del mundo, como la aurora, yaces:
todo tu nombre junto con la noche se ha acostado a dormir.



NO ESTÁ TU CUERPO

No está tu cuerpo
teníamos la misma estatura

ya no
que el suelo olvide tus pies.

Hinchada de tu ausencia como un globo
se halla la noche.



TRAKLAND
a D. G. Helder

Lo que vemos no es cierto. ¿Deberíamos
una vez más, ver apagarse el día,
sentir nuestras cenizas aplastarse
contra el vasto rumor? ¿Nos pertenece
algo de todo esto? ¿No es el mundo
un celuloide viejo al que asesina la luz?

Tomarse vacaciones, ver huir el paisaje.
Salir a buscar fuego, y no volver jamás.
Tu rostro, ese accidente al que vela una distancia.
¿Debo abrir la ventana? ¿Hay que mirar al cielo?
Qué bellos son los ojos de la muerte
bajo el mundo: este párpado.



CANCIÓN NEGRA DE SANGRE

—Aquí no se llora.
Aquí, donde estamos.
—Siempre estamos
donde estamos.
¿Entonces nunca
se llora?

En el sueño componíamos una canción.
Se ponía difícil, yo me impacientaba,
sacaba mi revólver y lo ponía
entre las dos, sobre la mesa.

—¿En el cielo, se llora?
¿Vamos a poder llorar
cuando estemos muertas?

En el sueño, yo recién llegaba a tu ciudad.
Vos me dabas trabajo: convertir un mapa
en un árbol.
Se ponía difícil, no me salía,
el árbol no me salía ni pegándole
hojas de verdad.

—Las muertas, ¿son felices?
¿Me diste el nombre de la felicidad
porque querés que muera?

No soporto tu letra; me enfurece
recordar la forma de tus trazos.
Odio tu forma de curvar las efes
como patas chuecas que se sienten simpáticas.
Odio tu be larga, muy especialmente.
Odio la esperanza, la esperanza,
odio, odio la estúpida esperanza
que anima tu escritura.

Si no querés que muera,
¿por qué decís entonces que me vas a matar?
—Creés demasiado en las palabras.

Hace falta un metal más espeso que el odio
para contar, para cantar esto.
Hace falta un metal, un metal más que asesino,
un metal resucitante.

—Sí, creo
en las palabras.
¿Acaso poseemos otra cosa?

Si nos dejaran llorar
poseeríamos lágrimas,
gotas de mercurio
en nuestras bellas caras
rodando dulcemente, dulcemente.
Me gustaría tener esperanzas
pero no en el pasado:
maldigo tu lealtad.
Odio tu modo de tocar el timbre,
tus piernas flacas vistas a lo lejos
y yo avanzaba sin reconocerte
y vos pensando que me alegraría
de verte; digo,
por tu sonrisa.

—Te traje estos papeles.
"El trabajo libera".
—¿De qué?

En el sueño, no éramos de metal.
En el sueño, no había
porqué mostrarnos fuertes.
En el sueño, no me pateaban en el piso.
En el sueño, yo no era para siempre
alguien a quien habían pateado en el piso.

Odio tus piernas, odio
que puedas caminar.

—¿Y la canción?

He guardado los papeles que trajiste.
No los puedo leer; me los trajiste
a tiempo para el trabajo, pero tarde:
ya no podría soportar leer
los papeles que trajiste. Y en el sueño
la canción
se cantaba.
La canción era una voluntad de inocencia
que conseguía atravesar la noche
de esto que he dado en llamar traición
y no es más que cansancio,
indiferencia,
olvido,
desaparición.



SOLOCALM

Al fin la luz del sol
se ha librado de ti
y da en una pared
y eso es el mundo.

Al fin el tiempo acá
se ha venido a vivir
y no hay gloria en los días
sólo calma

donde las cosas ya no sueñan con ser arte
donde las cubeteras no aguardan una cámara
y el tango del champagne
fluye de cumpleaños sencillito
y no hay infinitos libros, solamente este
y libre de vanidad la ceniza de los años
ya flota sin odiarte;

ya nadie calca nada del televisor,
para qué.




BENTEVEO


¿Cuándo empezó a ser un lugar la noche,
un lugar, no una hora,
cuándo con su jarabe negro negro
entró a manchar la luz?

Bebíamos birras, tragábamos la sangre dorada de las horas.
Éramos el sentido del luminoso verano.
Fe en lo oculto, en genios que surgirían
de grietas singulares.

Nada de amor en las vidrieras, en todas estas camisas apiladas.
Nada que esperar en el declive del aire curvo.
La luz es un incidente: ningún milagro.
Nadie a quien preguntarle qué falló.

He soñado de mañana con aquel silencio,
el olor del tiempo en un antiguo muro.
A lo lejos el benteveo y su insistente pregunta:
no entiendo lo que dice, no sabría contestar.



VIERNES SANTO

Ha muerto la
Gracia. No hay de qué.
El sol brilla sin dioses.

No tenemos esperanza;
tenemos, sí, la esperanza de la esperanza,
esperamos que la esperanza
suceda.
Hemos tenido fe
y voluntad; hemos luchado,
con una fe sin esperanza hemos luchado.
Para perder mejor hemos luchado,
para que no nos ganen así como así,
para que les cueste
aplastarnos, para eso
hemos luchado sin esperanza,
sólo con voluntad hemos luchado.
Ha muerto la
Gracia. ¿Resucitará? (¿Estás
llorando?) ¿Resucitará?
Hemos amado sin esperanza,
con deseo hemos amado,
sin esperanza hemos amado.
Con una piedad sin esperanza hemos amado,
con una piedad funeraria.

El sol brilla sin dioses.
En tu cara.
Estoy forjando el día
como si fuera de hierro el vivir.
Estoy sosteniendo el tiempo.
Estoy mirando cómo el cielo lentamente cae,
una vez más
cae.
Sin esperanza alguna recuerdo tu belleza,
con una piedad funeraria.
Pero estoy tallando la espera
como si fuera de mármol el día de mañana.
En el declive de lo que cae derrotado,
en el de lo que cae derrotado para siempre
sostengo la nada,
sostengo la nada,
como si de dioses se tratara.
En retirada, enarbolo todavía
con una mano herida, la forma del cielo.

No te vayas. Yo sé los nombres del mundo.
Sé pronunciarlos. No te vayas.
Podrías, todavía, hacer algo
con la distancia entre tu amor y mi muerte.
Podría, esa distancia,
no ser del todo una cosa desesperada.
Podría yo no perderte así como así.
Pero la Gracia ha muerto,
el sol brilla sin dioses,
la tierra es dura.
Ha muerto la
Gracia. No hay de qué.
No hay dónde fundar
ningún futuro: las casas son pequeñas
o ajenas, y sus estantes están atestados
de ciervitos de vidrio fumé,
sus estantes atestados,
melancólicos, ebriamente lluviosos bajo este sol.
Este es el país donde nadie fundó nada.
Pero yo (no te vayas)
sé pronunciar el nombre de tu carne.
Podrías ayudarme, por ejemplo
a limpiar.
En cambio estás ahí, tan art decó
en tu quietud de cadáver en pie,
tan neoplatónica tu pose que
no pueden con eso los plumeros comunes;
es terrible, con tu belleza no puede nadie,
es más terrible que la misma piedad
funeraria.
Escuchame, yo sé,
yo sé pronunciar los nombres del mundo.
No te vayas.



AUTO

(Herida: cada libro cae en su noche, en su muerte sin nube por este acto que sólo retendrá la conciencia, y cada mordisco de fuego restaura la planicie del espléndido cielo)




SI EN LO QUE RESTA

¿Si en lo que resta
no somos quienes seríamos;
si en lo que resta
no me anudo al cuello un pañuelo italiano
ni señalo, con un gesto, el espacio
que contemplar, si en lo que resta no me tomo un barco,
no me siento al sol, no salgo
al encuentro de tu cuerpo sin que me moleste
que las palabras no coincidan,
si en lo que resta no llego a saber
qué gusto tenía tu boca, si en lo que resta no te digo
nada que te haga sentir
que estás en una de aquellas películas, y es cierta;
si en lo que resta no amo una gran ciudad,
no me llevo a mí, a aquella, la que era linda,
a los nuevos barrios del tiempo, si en lo que resta no me canto una canción
ni lloro, ni te veo mirarme como diciendo:
"Ya sé, tu canción sigue siendo demasiado bella
para soportarla", y hay tiempo, o hay al menos la misma
sensación de que hay tiempo, y además
la sensación de que lo hubo, un alta mar
de tiempo donde ninguna orilla se divisa;
si en lo que resta no canto como cantaría, no dejo que mi voz
gorjee e inunde la noche
hasta convertirla en otra cosa, en algo parecido a un pastel
de oro y dulces, un pastel para mirar,
si en lo que resta no te vuelves absoluto,
no te vuelves absoluto sólo por un instante
en que toda la belleza del Hombre se concentra en tu imagen
y esa tu imagen puede ser tocada, tenida, mía
y entonces nada falta,
si en lo que resta
no flotamos durmiéndonos hasta nuestro fondo,
si, dulces moribundos, no borramos
el borde entre esta soledad
y el mundo, si en lo que resta no somos
ni nos acordamos de que aquí somos,
ni nos anoticiamos de que se nos es,
si en lo que resta no somos espléndidos,
si en lo que resta no somos quienes seríamos,
no damos con nuestro recuerdo del futuro,
no honramos aquella nostalgia del mañana;
si en lo que resta no nadamos hacia nosotros,
hacia aquellos que amábamos, hacia aquello en lo que devendríamos,
si en lo que resta no, entonces cuándo,
si no nosotros, entonces quién
nos consolará de estar tirados acá?

Buenos Aires - Rosario, marzo de 2001



(de "Viernes" , Ed. Bajo la luna, Buenos Aires, 2001)


BEATRIZ VIGNOLI (ARGENTINA, 1965)

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